Cerca del medio día se eclipsó el sol. Toda la tierra se cubrió de tinieblas hasta cerca de las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó por la mitad.
Y Jesús entonces clamó con voz potente: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Y dicho esto, expiró.
El capitán romano, al ver lo sucedido, glorificó a Dios diciendo: ¡Verdaderamente este hombre era justo!
Y toda la gente que se había agolpado para ver el espectáculo, al ver lo ocurrido, se volvió golpeándose el pecho.
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