Más tarde Dios volvió a llamar Moisés desde lo alto del monte de Sinaí, y le explicó muchas cosas y le dio los mandamientos de la Ley escritos en unas tablas de piedra. Moisés estuvo con Dios cuarenta días y cuarenta noches.
El
pueblo de Israel, viendo que Moisés tardaba en bajar de la montaña,
fue a Aarón y le dijo: Anda, haznos un ídolo que sea como un dios que
vaya delante de nosotros porque no sabemos que ha sido de ese Moisés.
Aarón les dijo: Traedme todas las joyas de oro que tengáis.
Le
llevaron todo el oro que tenían, y Aarón mandó que se fundiese el oro,
e hizo un becerro de oro que sirvió de ídolo para el pueblo de Israel.
Dios le dijo a Moisés: Baja de la montaña, porque tu pueblo ha pecado. Voy a destruir ese pueblo y te daré otro nuevo.
Pero Moisés le rezó a Dios pidiéndole con mucha fuerza que perdonase a su pueblo.
Bajó
Moisés, llevando las dos tablas de la Ley escritas en piedra. Cuando
Moisés llegó al campamento y vio el becerro y los bailes, se enfadó
mucho, rompió las tablas de la Ley. Mandó destruir el becerro y
convertirlo en polvo, y mezclando ese polvo de oro con agua, hizo que lo
bebiese todo la gente, como castigo.
Al día siguiente el pueblo estaba arrepentido, y Moisés subió de nuevo al monte para pedirle otra vez perdón a Dios.
Y Dios le dio a Moisés dos tablas de piedra como las primeras, donde estaban escritos los mandamientos de la Ley.
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